Exotismo y universalismo: deidades con lanza

Jordi J. Serra. Exotismo y universalismo: deidades lanza en ristre

Cuesta encontrar una escuela de tai chi chuan o de cualquier otro arte marcial chino que en algún rincón -quizá sobre un altar o en un lugar de honor expuesta a la pública contemplación- no tenga una curiosa imagen. Se trata de una figura masculina vestida de verde, con el rostro enrojecido y blandiendo una lanza. Es una divinidad, el dios de la guerra y el protector, entre otras cosas, de las artes marciales, del budismo y… de los comerciantes de soja. Responde al nombre de Kuan Ti (o Kuan Kung). Dicho personaje no está solo ni mucho menos. Algo que me llama la atención poderosamente es que en todo el planeta y formando parte de tradiciones religiosas y espirituales muy distantes hallamos pares de deidades relacionadas con la violencia. Un miembro de la pareja, un dios, suele encarnar la violencia sedienta de sangre, la crueldad, el odio y los aspectos más aterradores y pavorosos de los enfrentamientos entre seres humanos. El otro, por su parte, representa la aplicación responsable de la fuerza en nombre de la justicia o de la defensa de los débiles. En el caso de China, Kuan Ti pertenece al segundo tipo, pero tenemos ejemplos de ello por doquier: en Egipto, Seth y Horus; en Roma, Marte y Minerva; en Grecia, Ares y Palas Atenea.

En las tradiciones monoteístas, como la nuestra, parece que acompañando al único dios que disfruta del monopolio de la aniquilación y la devastación a sangre y fuego, existen otras figuras más amables y humanas -pese a ser santos- que le dan el contrapunto. Eso lo sabemos perfectamente quienes tenemos a San Jorge, el patrón de la caballería, como patrón nacional compartido por otras naciones del globo, como Inglaterra, cuyas tradiciones caballerescas se pierden en la noche de los tiempos.

Al parecer, pues, el género humano ha detectado la existencia de una forma «justificada» de relacionarse con la violencia -al fin y al cabo, en el corazón de todas las personas mora su semilla-, un tipo de relación en el que el ejercicio de determinada violencia nos ofrece lecciones de vida y en donde el contacto con su dureza va a abrir espacios de conciencia que de otro modo permanecerían cerrados a cal y canto bajo el peso de bloqueos generalmente emocionales. Y todo, desde luego, sin dejarnos arrastrar por la crueldad y el sadismo y sin embriagarnos con ellos. Sea como fuere, el chuan del tai chi chuan le impone a la conciencia la tarea ineludible de vérselas una y otra vez con este tema tan candente considerándolo como un factor capaz de obstaculizar indefectiblemente el camino espiritual, tanto si aparece en forma de miedo, como en forma de rabia, como de ambas emociones a un tiempo.

La pregunta más fundamental y universal, «¿qué debo hacer en esta vida?», nos exige algún tipo de acción, y es precisamente en la acción en donde las emociones destructivas hallan su entorno ideal para interferir y poner a prueba nuestra impecabilidad. Si la práctica del tai chi supone una respuesta a dicha pregunta -y estoy convencido de que es así-, lo es por su capacidad de solicitarnos una acción consciente con respecto a los miedos más fundamentales que, como humanos, nos acucian. Son miedos universales a los que el tai chi responde desde la universalidad de su lenguaje, un lenguaje que halla correlatos en aspectos que todas las culturas de larga tradición como la nuestra han abordado.

En nuestra sociedad, obviamente, dicho tema es tan real como en cualquier otro lugar del mundo. Como cultura mediterránea europea, la cultura catalana es hija de la religión judía, de la filosofía griega y del derecho romano. Y es la tradición griega la que nos ofrece a los practicantes de tai chi de esta esquina del mundo un bellísimo ejemplo de la unidad de conciencia y acción que hallamos en las artes marciales internas en la figura de la diosa Palas Atenea. Atenea es la diosa que reflexiona, que cultiva la sabiduría, que se detiene y mira, que aconseja y protege; pero también es la diosa que toma partido y empuña la lanza ante las murallas de Troya cuando se convence de que con los griegos se está cometiendo una injusticia. Sensatez y arrebato. Atenea piensa, razona y pasa a la acción. Existe un relieve famosísimo de la Acrópolis de Atenas en donde la vemos en serena contemplación apoyada en su lanza (recordemos que wu shu significa «detener la lanza» o «detener con la lanza»). Atenea, como diríamos en taoísmo, está en tierra y metal, pero su pie trasero nos dice mucho: es el talón levantado del kendoka, la postura básica del jeet kune do, y asimismo el paso del kin im, la meditación andante. Ahí está todo.

Al final resultará que entre Boddidharma, Kuan Ti y los griegos hallaremos conexiones insospechadas. Pensemos que una de las teoría que explican el origen de las artes marciales orientales afirma que desde las pirámides, en las que vemos los primeros dibujos identificables de luchadores que realizan algo que también realizamos nosotros en tai chi, aikido o chin na, existe un nexo muy claro a través de Alejandro Magno, que nos lleva hasta la India. Sabemos que en el ejército macedonio viajaban los mejores especialistas en pancracio de la historia de Grecia, y que era costumbre que compitiesen con los mejores luchadores locales de los reinos que Alejandro iba conquistando. Se sabe que muchos de ellos se quedaron a vivir en India y que allá enseñaron sus artes de combate. Los detalles técnicos son innumerables; la relación, a ojos del estudioso, está muy clara.

 

El mito de Etana

En el árbol de la vida vivían un águila en la copa y una serpiente en las raíces en buena armonía. Un día que el águila no tenía nada que comer, decidió zamparse los huevos de la serpiente. Ésta, indignada, tramó su venganza. Se ocultó entre los restos del cadáver de un animal y cuando el águila se aproximó para comérselos, la atacó, la venció y la encerró en un agujero.
Etana, un rei que no tenía descendencia, le propuso un pacto al águila: la sacaría del agujero a cambio de que ésta lo llevase volando al cielo, en donde la gran diosa madre le entregaría el secreto de la fertilidad. Así dio comienzo en todo el mundo el reinado de los machos.

¿Por qué Chang San Feng recoge un episodio de este mito y le cambia el final? ¿Se trata de una apuesta por la recuperación del matriarcado? ¿Presenta el tai chi chuan como un instyrumento para hacer el mundo más yin?

¿Y aquí?
Cuando, según la leyenda, Zhang San Feng sueña el combate entre la serpiente y el pajarraco (exactamente entonces), Ramon Llull escribe Lo sisè seny («El sexto sentido») y pone sobre la mesa, en Occidente, las capacidades mentales que en la otra punta del mudo se proclaman requisitos indispensables para el chi kung y el tai chi. Las conexiones se intensifican. Las coincidencias apuntan a un proceso de tipo universal. Llull crea una escuela de traductores, estudia árabe. Y es en árabe que se vehiculan los textos griegos hacia el mundo cristiano. Por otra parte, el mismo Llull conoce el sufismo. ¿Podría ser que en Zhang San Feng confluyesen conocimientos procedentes del pancracio, vía Shao Lin, y de la filosofía griega?

Varios relatos de la época olímpica nos sorprenderán de nuevo. De Milón de Crotona, el atleta más famoso de la antigüedad, se explican cosas que se nos antojan muy cercanas. Decían, por ejemplo, que era capaz de sostener una granada y que nadie se la podía arrebatar del puño. La granada, por su parte, seguía estando entera e intacta: ¿Alguna descripción mejor del puño del tai chi? También dicen los textos que era capaz de permanecer de pie sobre un escudo untado con aceite y que nadie lo podía desplazar de ahí. ¿Enraizamiento, Zhan Zhuan, postura del árbol? En todo caso, es una historia apasionante que nos conduce a una práctica con referentes más universales que no los estrictamente chinos. Y eso incluye los nuestros: Tirant lo Blanc, nos dice Martorell, no vencía en los combates por ser más fuerte, sino porque su aliento le duraba más. ¿Chi kung marcial? ¿Acaso no definimos el taichi en dichos términos?

Entendemos el tai chi como un proceso de descubrimiento y potenciación de elementos universales que tenemos ocultos en nuestro tesoro personal y cultural, como un viaje de sanación desde el cuerpo al espíritu, desde la tradición más solvente hasta la creatividad más enriquecedora. Homero, Lao Tse, Llull. El combate contra el dragón, la serpiente. Sólo quien venza al dragón se convertirá en héroe. Sólo quien se venza a si mismo. Sigfrido, Apolo, Horus, San Jorge, Palas Atenea. Allá donde la conciencia posee el valor de mirarse en el espejo de la práctica, las disciplinas marciales y meditativas se vuelven universales. Más acá es más allá. Más aquí es más lejos.

Jordi J. Serra. Exotismo y universalismo: deidades lanza en ristre. Barcelona, febrero de 2006
© Jordi J. Serra Director de UBK Ki Dojo Catalunya

 

CLASE DE PRUEBA GRATUITA